lunes, 26 de mayo de 2014

La muerte de Insúa (Ignacio P.)


El día miércoles de la semana pasada maté a un hombre. El hecho sucedió al mediodía, cuando me disponía a retirarme de mi oficina para hacer uso de mi hora del almuerzo.
        Mi nombre es Aradnag Oicangi, tengo 24 años y trabajo en un Call Center de Palermo. Soy alto, flaco y muy elástico. Soy un tipo normal: me gustan las puestas del sol, las películas mudas, los panchos con mostaza y meterme en la vida de la gente para arruinar sus vidas. Pero claro, estos datos no les interesan, solo quieren saber más sobre el incidente.
        El homicidio tuvo lugar en mi oficina de manera insólita. Un compañero de trabajo, Francisco Insúa, entró para invitarme a comer. Yo estaba de pie cruzando mi escritorio; le torcí el brazo y lo dejé arrodillado en el piso, suplicando clemencia. No supe por qué lo hice, no tenía ninguna razón para hacerlo. Mi elasticidad me sirvió de arma para envolverlo completamente. Lo dejé así un tiempo, asfixiándose con su propio aliento, hasta que dejó  de respirar. Me retiré de la escena del crimen sin establecer  contacto visual con nadie con el fin de no levantar sospechas. Al salir del establecimiento sin traba alguna, me di a la fuga.
        Las causas aparentes de mi accionar aun están siendo investigadas. Lo único que puedo confirmar hasta el momento es que las circunstancias lo ameritaban. El sujeto en cuestión, el señor Francisco Insúa, era un hombre bueno y honrado que dedicaba  su vida a su trabajo y a su familia. Yo lo odiaba. En el mismo instante en que eché a correr decidí que lo mejor era empezar a investigar sobre este hombre.
        Comencé al día siguiente, es decir, el jueves. Llamé al trabajo para anunciar que me ausentaría a causa de una fuerte gripe y aguardé a que llegara el médico, quien nunca apareció. Mientras tanto me senté en la computadora y busqué todos los datos que se me cruzaron por la mente. Esperaba hallar algún dato que lo involucrara en cuestiones ilegales, algo que lo demostrara culpable de algo. Encontré un blog bastante extraño de un tal Francisco pero de otro apellido, quien afirmaba: “Realizo abortos de manera clandestina; en mi barrio se buscan más y se pagan mejor”. Una pena, pues del que me interesaba pude obtener poco y nada de información referida a su trabajo en una O.N.G. y su proyecto de caridad para chicos y adultos en situación de calle.
        El viernes volví a faltar a la empresa. Esta vez salí de casa y me dirigí a lo de mi ex-mujer, quien no se alegró mucho de verme en verdad. Al momento de entrar me pregunté qué hacía yo ahí. Antes de darme cuenta le estaba haciendo un interrogatorio acerca de Insúa y su relación con él. “¿De qué hablás?”, respondía ella, “¿Quién carajo es insúa?”. Mi mirada se desvió inconscientemente hacia la mesa ratona de su comedor y halló el celular. Comencé a revisárselo como loco al tiempo que ella me pegaba en el brazo y me tiraba de la camisa gritando “¿Qué mierda hacés? ¿Quién te creés que sos para violar así mi privacidad?” como desaforada. Entre todos los mensajes de Movistar y de su madre, encontré uno que decía “Vení, mamita, te asesino al instante con mi enorme pistola”. No miré de quién provenía ni la fecha ni la hora; solamente dejé el aparato donde estaba, me paré y me retiré, entre los sollozos de mi ex y un vacío existencial en mi ser. En el instante en que toqué la acera de la calle intuí –o comencé a sospechar– que ella había tenido una historia con Insúa.
        El sábado me llegó un telegrama de despido de mi trabajo. Llamé a mi jefe para consultar la razón y me respondió que el médico había pasado el día anterior por mi departamento y yo no había respondido, lo que significaba que no estaba y que había mentido.
        Los días restantes comenzaron a salir en los diarios notas sobre el caso Insúa. Pasaron tres noches de desvelo, a causa de las preocupaciones que me provocaban los rumores sobre su muerte, hasta que comprendí que debía irme. Tomé todo lo innecesario –así soy yo–  y me largué sin decir nada a nadie.
        En este momento estoy volando sobre una ciudad camino a Marte. ¿Quién diría que esto terminaría así? Estoy donde quiero estar, no podría hacer ni fingir algo que no sienta. Y es muy curioso, ¿no?, cómo ahora, destino a otro planeta, pareciera que el que estoy abandonando es el extraño, el que da escalofríos. Es como si, de repente, todo estuviera dado vuelta, todo al revés. Como si una persona juzgara a otra antes de conocerla, como si el destino estuviese impreso en esta nota de diario, en esta página en blanco y negro, antes de ser escrito.
        Nota de Aradnag Oicangi

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